Tenía por delante dos horas de clase con el grupo B de primer curso, en el aula 2 de CC. Sociales. Delante, unos 90 alumnos charlaban, sacaban el manual, preparaban los folios o sin más, miraban como sólo saben mirar los de primero. Estaba sentado, abriendo la web que correspondía al tema 5. Hoy lo iba a bordar...
Y todo tembló. Aquello sólo podía ser una cosa: una explosión brutal, quizá una bomba. De primeras no pensé que hubiera sido en el campus, pero salí de la clase, me asomé al pasillo. Veo una inmensa columna de humo negro elevándose desde la zona del Central. Con el miedo en el cuerpo, los alumnos comienzan a ponerse nerviosos, no saben qué hacer. Veo pasar a Javier M. que sale de NT. "En el Central, ha sido en el Central", le digo. Asiente serio con la cabeza, mientras avanza a paso ligero mirando la columna de humo.
Pido a los alumnos que vuelvan a entrar en clase, que tengan tranquilidad. Una vez dentro, me planteo cuál es la mejor decisión para su seguridad, si permanecer o evacuar. Miro al fondo de la clase. Me fijo en los ventanales. ¿Quién no me dice que haya otra bomba? Les sugiero que recojan sus cosas, evacuen el edificio sin carreras, evitando acercarse a los cristales y que se dirijan a la explanada. Con el rabillo del ojo compruebo que varios alumnos están ayudando a Ana Z., invidente, a bajar las escaleras. En medio de la barbarie siempre hay espacio para la generosidad. Es la línea que nos separa a ellos de nosotros.
Me dirijo hacia la consejería del edificio, donde me encuentro con la decana, Mónica H., Manuel M. A. y Sonsoles S.. Los bedeles comentan que la explosión ha sido en la zona de Oficinas Generales. ¿Bomba? "Sí, un coche bomba en el aparcamiento, nos lo acaban de confirmar". Decidimos acercarnos a la zona, al sendero que une la explanada de Ciencias Sociales con el edificio de Arquitectura. Mientras avanzamos, trato de telefonear a Camino, pero la red está saturada. Le envío un sms: "estoy bien". Trato de hablar con mis padres, pero no hay forma. Han pasado 9 minutos desde la explosión.
Y entonces vemos la barbarie, las llamas en torno al ala izquierda del Central. Y me traslado mentalmente al interior y sé que ese despacho en llamas es el de Dirección de Personas. Y me angustia pensar qué ha podido ser de mi amigo Javier M., o de sus colaboradoras. O de José E.. O de Rosa. O de Jorge R. O de José Luis. O de las decenas de alumnos que suelen pasar a esas horas por esa zona. Se cierra el estómago, el corazón se encoge y rezo para mis adentros para que todos estén bien, aunque me temo lo peor.
Nos desalojan de la zona y decido volver a CC. Sociales. Me refugio en el Seminario de Información Económica, un local interior bien guarnecido. Me conecto a Facebook y cambio mi "status". Mientras, consigo hablar desde una línea fija con mi hermano Rubén. Le tranquilizo y le pido que hable con el resto de la familia. Comienza a llegar una avalancha de mensajes: la red sigue saturada y recibo un pelotón de llamadas perdidas. Más de 45 en veinte minutos. Y pienso en esas 9.000 madres, 9.000 padres, 9.000 hermanos que tendrán el corazón en un puño, tratando de localizar a sus hijos, a sus hermanos...
En internet comienzan a dar cifras de heridos: 7, 14, 17... Al parecer, todos leves. Y no me lo creo, pero le doy gracias a Dios y le pido que no haya muertos, que proteja a nuestros chicos. Llamo a un amigo en la Clínica Universitaria y me confirma que milagrosamente todos los heridos son leves. Me cuenta la historia de varios colegas que salvaron la vida por ese café de media mañana: sus despachos están destrozados. Mientras, siguen llegando al correo electrónico y a través de Facebook decenas de mensajes de ánimos de antiguos alumnos.
Recojo el portátil, salgo al pasillo y me encuentro con Paco S., Samuel N., la decana, Manuel M., Sonsoles S., D. Eduardo, Ramón S. y Josean. Me cuentan que aunque no hay orden de evacuación del edificio, no podemos sacar los coches. Decido quedarme a que la cosa se tranquilice y me voy a la secretaría de la Facultad con Mónica, Manuel y Sonsoles para atender posibles llamadas. Por fin se va descongestionando la red y mi móvil -y el del resto - comienzan a estar operativos así que aprovechamos para tranquilizar a la familia, a los amigos, a los vecinos. Por fin contactamos con colegas de la Facultad y de Rectorado, que nos dan la última información: 18 heridos leves, no ha habido aviso previo a la Universidad y se pretende recuperar la normalidad cuanto antes.
Y descubro - una vez más y no termino de acostumbrarme - que en un día tan gris, tan espeso, con esa tristeza que se corta con tijeras, los antiguos se acuerdan de nosotros, nos envían sus mensajes de aliento, de ánimo, nos acompañan. Palabras que nos ayudan más de lo que puedan imaginar. Y llama un antiguo delegado de la facultad. Y llaman desde Brasil, de Madrid, de Barcelona, de San Sebastián, de La Coruña... También llaman algunos alumnos preguntando por el examen que iban a tener hoy por la tarde. También medios de comunicación. Incluso una cadena de televisión nacional nos pregunta si la facultad ha ordenado a los alumnos sacar las cámaras de televisión que se usan en prácticas para grabar las imágenes del atentado. (¿!)
Hoy ha sido posiblemente el día más duro desde que trabajo en la Universidad. Pero mañana volveremos a estar ahí. A las 8 de la mañana. Y volveré a descubrir que los de primero miran como no miran los demás. Quizá tengan sueño. Pero no temor ni rencor.
Actualización: Viernes, 8,00 de la mañana. No han fallado: 93 alumnos en clase.
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